domingo, 28 de agosto de 2011

Imposible desconectar


Seguramente a usted también le ha ocurrido. Estar en un bar o en una reunión de amigos y que uno de los presentes se excuse, móvil en mano, porque tiene que hacer una gestión relacionada con el trabajo. Pero hay veces en que, en algún momento del camino, la profesionalidad deja de serlo para convertirse en adicción del trabajo. Algo que, si bien no puede catalogarse como enfermedad, en algunos casos alcanza extremos patológicos.

Como explica Juan José Santamaría, psicólogo investigador de la unidad de juego patológico del Hospital de Bellvitge, el trabajo nunca se ve como algo negativo, por lo que a las personas que siguen este patrón -a las que se suele considerar triunfadoras profesionales- «no se las presiona socialmente para que cambien de hábitos». De esta forma, se torna complicado que el propio afectado o su entorno decidan que necesita ayuda. «Apenas recibimos casos de este tipo», reconoce Santamaría.

«Todos conocemos a alguien así», señala Jorge Flores, presidente de Pantallas Amigas, quien destaca que estar permanentemente contestando a correos del trabajo, desde cualquier lugar, «pone de manifiesto un problema». Flores también alerta sobre la gente que está enganchada a «contar su vida en directo» a través de las redes sociales. Todo ello de la mano de los smartphones.

Las maneras de acceder a la red están cambiando y, con ellas, las pautas de comportamiento de los adictos al trabajo. Hasta hace unos años «era impensable poder conectarse a internet desde la playa», subraya José Fernández, psicólogo terapeuta de la entidad Atención e Investigación de Socioadicciones (AIS). Así, las fronteras entre la vida personal y la dedicación laboral se van diluyendo poco a poco.

En opinión de César Castel, director de operaciones de Adecco Professional, «donde está el peligro real» no es tanto en el acceso a internet en general como en los móviles que permiten ese acceso, cada vez más utilizados también en el mundo profesional. Aparatos que se anuncian con el elocuente reclamo de poder llevar la oficina encima. Según él, la gestión del tiempo es crucial. «Hay que saber hasta dónde llega la obligación con la empresa y aprender a acotar los tiempos. Estar contestando un correo de trabajo no es sano, salvo que se trate de casos excepcionales». Lo contrario sitúa al trabajador bajo una «presión psicológica continua».

Predicar con el ejemplo

«A pesar de todo, la persona tiene filtros para establecer límites», cuenta Fernández. Como desconectar el móvil fuera del horario laboral. Aunque, con la que está cayendo en el mercado de trabajo, quizá cada vez sea más fácil optar por lo contrario y decidirse a contestar a ese correo.

La solución pasa por educar. «Que la empresa marque pautas y dé ejemplo desde arriba, no enviando correos mucho después de que termine el horario de oficina ni en fines de semana. Que el trabajo termine realmente el viernes por la tarde y no vuelva a empezar hasta el lunes por la mañana», propone Castel.

Fuente:elperiódico.com

Adictos a las redes sociales


Si usted utiliza habitualmente los transportes públicos se habrá percatado de que cada vez hay más gente consultando el móvil en el metro, o ¡incluso mientras camina por el andén! Una consecuencia de la proliferación de smartphones (teléfonos inteligentes) y de su uso y abuso es un aumento de las consultas a centros médicos para tratar la adicción a estos aparatos, que de hecho son auténticos ordenadores de bolsillo. Para los especialistas, uno de los inconvenientes que tienen estas nuevas dependencias es la dificultad de detectarlas. No afectan a la economía doméstica ni arruinan al adicto, por lo que el problema puede pasar desapercibido. Sin embargo, acaba afectando el día a día y las relaciones personales.

En la unidad de juego patológico del Hospital de Bellvitge se observa con expectación este nuevo fenómeno que cada día se hace más palpable. En la actualidad el porcentaje de personas que acuden para tratar su adicción a las nuevas tecnologías oscila entre el 9% y el 12% del total. En este campo entran videojuegos, móviles, internet... Pero la cuota de adictos a internet va creciendo progresivamente y ya está en un 2%. «Hace años que se empezó a notar, pero en los últimos tres el crecimiento es más acelerado, aunque todavía es pronto para sacar conclusiones», asegura Juan José Santamaría, psicólogo investigador de Bellvitge.

Contrariamente a lo que se pueda creer, no se trata de un problema que esté encontrando acomodo en la adolescencia, sino que se centra en una horquilla alrededor de la treintena. «Se suele iniciar sobre los 25, aunque la media de edad del paciente afectado es de 30 años», explica Santamaría. Eso no significa que gente de otras franjas de edad pueda sentirse a salvo: «Hemos tenido algún caso de 40 años, aunque no es lo habitual». El 80% son hombres. «En parte porque tendemos a ser más impulsivos, pero también porque hay una cierta estigmatización social de la mujer que sufre esta adicción, por lo que ni siquiera acude a la consulta», razona el especialista.

CIFRAS EN AUMENTO / Y en los próximos años irá a más la cosa, puesto que el uso del smartphone se está generalizando. Según un estudio de Nielsen sobre hábitos de consumo, España es el segundo país del mundo con mayor aceptación de los smartphones en la franja de edad de los 15 a los 24 años, con un 38%, por delante de países como Alemania (28%) o EEUU (33%) y solo superado por Italia, donde un 47% de los terminales de los usuarios de esas edades son teléfonos inteligentes. Más datos: el 80% de los jóvenes entre 15 y 35 años acceden cada día a una red social como mínimo. Esa cuota aumenta hasta el 93% entre los 15 y los 18.

Ante el alarmismo que suele generar un tema como este al salir en los medios, los especialistas dejan claro que el problema no está en la red social o en internet, sino en la mente del usuario: «De la misma forma que todo el mundo consume alcohol y solo afecta a unos pocos, sucede también con las redes sociales», apunta José Fernández, terapeuta de la entidad Atención e Investigación de Socioadicciones (AIS). Y también insisten en la fragilidad de las informaciones que salen publicadas, ya que aunque todas apuntan a una tendencia al alza, no tienen todavía respaldo científico, puesto que la Organización Mundial de la Salud (OMS) aún no ha reconocido la adicción a las nuevas tecnologías como una enfermedad. «Todo son datos subjetivos, o bien estudios de investigación sin carácter oficial», comenta Fernández, aunque cree que «es cuestión de tiempo que se reconozcan los síntomas que produce: ansiedad, depresión, falta de sueño».

Donde ya se puede constatar un abuso de las redes sociales es en el ámbito del trabajo. Son numerosas las sentencias judiciales que tratan esta nueva fuente de conflictividad laboral. Es lo que se conoce como absentismo presencial. El trabajador está en su puesto, pero sin realizar las tareas para las que ha sido contratado. Aquí chocan dos derechos: el de la empresa a controlar ordenadores que son de su propiedad y el del empleado a la intimidad.

Como indica Yaiza Cabedo, responsable del área de formación del bufete Conesa Asociados, especializado en derecho laboral, «el hecho de tratarse de un problema nuevo ha provocado en algunos casos sentencias aparentemente contradictorias, pero que han ido perfilando unas pautas de actuación». El criterio general seguido a día de hoy es que la empresa no puede acceder a los rastros de navegación, puesto que forman parte de la esfera privada del empleado, aunque como añade Cabedo «ello no significa que no se reconozca el perjuicio que está causando a la empresa navegando en horas de trabajo».

Ante este panorama muchas empresas optan por restringir el acceso a cierto tipo de páginas. Son aquellas «con una estructura jerarquizada, donde lo importante es el tiempo que se pasa en la oficina», según César Castel, director de operaciones de Adecco Professional. En contraposición a estas existen otras, de tamaño medio, «que trabajan más orientadas a resultados y que depositan mayor confianza y libertad en el trabajador». Para Castel, el absentismo presencial tiene un trasfondo de falta de motivación, más que de adicción a las redes sociales: «Si no puede acceder a la red, el que no quiere trabajar hará sudokus o se pasará media hora al teléfono».

Fuente:elperiódico.com