¿En cuestión de actividad sexual qué es lo normal y qué lo patológico? ¿Cómo se establece la frontera a partir de la cual se sobrepasan dichos límites? En realidad, se trata de una cuestión personal, sobre la que no se puede generalizar, ni siquiera en lo referente a los efectos psicológicos que puede ocasionar. Sin embargo, lo que sí está claro para los psicólogos es que cuando el sexo nos maneja a nosotros, y no al revés, nos encontramos ante un problema.
La adicción al sexo es un tema tabú, mínimamente estudiado desde el ámbito de la sexología, pero con el que cada vez tienen que lidiar más los psicólogos en sus consultas. Un problema especialmente silenciado entre las mujeres, a pesar de que según un estudio publicado en el Journal of Sexual Medicine afecta a tres de cada cien mujeres. Hasta ahora, los estudios establecían la prevalencia de esta conducta en dos de cada cien. A pesar de ello, sólo el 0,8% de las mujeres admiten haber tratado su pulsión sexual, frente al 1,6% de los hombres, como remarca este otro estudio.
A la hora de analizar la hipersexualidad, como suelen denominar los psicólogos a este problema, el primer problema con el que se encuentran los investigadores es la propia definición del término.
Para el sexólogo de la Universidad de California Rory Reid, uno de los pioneros en este tipo de investigaciones, la hipersexualidad se define por la falta de control sobre uno mismo. Un impulso que nos lleva a mantener un elevado número de relaciones sexuales que, posteriormente, nos hacen sentir mal. “Las personas adictas tratan de corregir sus comportamientos sexuales pero no son capaces, por lo que se sienten frustrados y fuera de control”, añade el investigador.
Una patología en auge apenas estudiada
El problema de la adicción al sexo es complejo, y además de la falta de control existen otros elementos que le dan forma. El primero de ellos tiene que ver con el recurso al sexo como una forma de respuesta al estrés, la frustración o el vacío existencial. Una suerte de huida hacia adelante que no hace más que incrementar sus consecuencias negativas sobre la salud mental así como su persistencia. Un círculo vicioso del que cada vez es más difícil escapar. Sobre todo cuando interfiere en diferentes aspectos de la vida privada, hasta el punto de acabar sacrificando cuestiones vitales importantes.
Una problemática menos episódica de lo que comúnmente se podría pensar, a pesar de la falta de estudios en torno a esta cuestión. De hecho, llama la atención que a pesar de afectar al 3% de la población femenina no está incluida en el manual de referencia de los trastornos mentales DSM-5. Una ausencia que los autores de su quinta y más reciente edición, justificaron debido a la escasez de producción científica.
Las causas de esta adicción, que se ha incrementado durante los últimos años, especialmente entre las generaciones más jóvenes, siguen siendo meras hipótesis. Entre ellas, la que más defensores atrae es la planteada por un equipo de investigadores del Kinsey Intitute. Según estos, se trata de una reacción provocada por la ruptura del equilibrio entre la excitación y la inhibición sexual.
Una necesidad creciente de excitación sexual
Una hipótesis que corroboraría el último estudio sobre esta cuestión, publicado en el Journal of Sexual Medicine, llevado a cabo entre el estudiantado de medio centenar de universidades alemanas. Según los resultados de este último, la frecuencia con la que se masturban las mujeres hipersexuales es mucho mayor que la media, por lo que se visualiza una mayor necesidad de excitación, posiblemente provocada por la generalización de la new porn culture entre las nuevas generaciones.
La postura de los expertos en relación a la dependencia o adicción al sexo depende mucho de su especialidad. Mientras que la mayor parte de los psiquiatras consideran que está fuera de su ámbito, los sexólogos se declaran especialistas en su diagnóstico y tratamiento. La definición de la OMS describe que tanto los varones como las mujeres pueden quejarse ocasionalmente de un impulso sexual excesivo como un problema en sí mismo, generalmente durante el final de la adolescencia o en el comienzo de la edad adulta. Cuando el impulso sexual excesivo es secundario a un trastorno del humor o cuando aparece en los estadios iniciales de la demencia, debe codificarse aquí.
Aunque la especialidad psiquiátrica no quiere oír hablar de adicción al sexo, la realidad es que cada vez más personas acuden a consulta por no poder controlar su conducta sexual y comienzan a surgir publicaciones científicas relacionadas con el tema, incluyendo una revista monotemática: Sexual Addiction & Compulsivity: The Journal of Treatment & Prevention.
Fuente:critica.com
lunes, 1 de septiembre de 2014
Depresión y estrés, malos compañeros de las enfermedades cardiovasculares
- Distintos estudios asocian estos factores psicosociales con mayor mortalidad por insuficiencia cardiaca y mayor riesgo de hipertensión, infarto e ictus.
La depresión y el estrés combinan mal con las enfermedades cardiovasculares. Distintos estudios habían puesto cifras al incremento del riesgo de mortalidad de los pacientes que padecen estas dolencias. Dos nuevos trabajos, presentados hoy en el marco del congreso de la Sociedad Europea de Cardiología (ESC), que se celebra en Barcelona hasta el 3 de septiembre, aportan nuevos datos sobre la relación entre estos factores psicosociales y las dolencias cardiovasculares. Investigadores alemanes concluyen que los pacientes que sufren insuficiencia cardiaca y además están depresivos tienen peor pronóstico y más probabilidad de morir a causa de la enfermedad cardiaca. Otro trabajo con mujeres rusas constata que el estrés multiplica el riesgo de hipertensión, infarto de miocardio e ictus.
“Hace años que se conoce que los factores psicosociales influyen en las enfermedades cardiovasculares”, explica a El País Nicolás Manito, jefe del servicio de Cardiología del hospital de Bellvitge. El estudio alemán concluye que casi un 30% de los pacientes con insuficiencia cardiaca tiene depresión. De estos, un 26,9% fallece a causa de la enfermedad cardiovascular subyacente pasado un año y medio, lo que para los investigadores confirma el mal pronóstico de la depresión en este tipo de pacientes. Solo el 13,6% de los que no la sufrían falleció en el mismo lapso de tiempo.
Manito apunta a varias explicaciones: “Los pacientes con síndromes ansiosos-depresivos presentan mayor riesgo para la insuficiencia cardiaca porque tienen más actividad hormonal, que desencadena esta enfermedad”. Además, añade, los fármacos que se administran para tratar esta enfermedad crónica, como los betabloqueantes, desencadenan la aparición de síntomas depresivos. Aún hay una tercera consideración: “Cuando a una persona joven se le diagnostica la insuficiencia cardíaca, y se ve obligada a abandonar una vida laboral, de relación social y sexual, toda la vida psicosocial de esa persona se altera. Y ello facilita el desarrollo de ansiedad y depresión. Es un mecanismo que perpetúa la propia enfermedad, y lo que lleva finalmente a un mal pronóstico”, añade.
Por eso es “clave”, asegura el también presidente de la sección de Insuficiencia Cardiaca y Trasplante de la Sociedad Española de Cardiología, detectar quién sufre un cuadro depresivo e instaurar el tratamiento más adecuado. “Es tan importante como la medicación de la insuficiencia”, añade. Las unidades multidisciplinares, que cuentan con psicólogos y psiquiatras, además de personal de enfermería especializado, son básicas. “Estos estudios son como un toque de atención a los médicos para que demos a estos factores la importancia que merecen. No se han valorado suficientemente estas patologías en la enfermedad cardiovascular, y ahora se pone en evidencia que también hay que enfocar la atención al tratamiento de las complicaciones psicológicas”, señala.
Cumplir con el tratamiento prescrito es otro de los desafíos en caso de depresión. El paciente que no toma la medicación necesaria presenta una mortalidad mucho mayor, recuerda Manito. “Es precisamente una de las explicaciones de por qué los pacientes depresivos mueren más: no toman bien los fármacos, no vienen a consulta, no cambian los hábitos como se les indica. Por eso es tan necesario detectar y tratar adecuadamente esta patología”, añade el cardiólogo, que considera la insuficiencia cardiaca “otra epidemia del siglo XXI” por su elevada prevalencia, del 7% en España y la causa número uno de ingresos y reingresos en el hospital. “El 40% de los pacientes que ingresan por esta causa vuelven a hacerlo en menos de un año. Hablamos de prácticamente de uno de cada dos”, concluye.
El estudio realizado con 870 mujeres rusas revela que dos de cada diez sufren estrés familiar. Tras realizarles un seguimiento de 16 años para estudiar la incidencia de hipertensión, infarto de miocardio e ictus, los investigadores comprobaron que las que tenían estrés presentaron 1,39 veces más riesgo de hipertensión; 5,59 veces más probabilidad de infarto y 3,53 veces más riesgo de accidente cardiovascular, en comparación con las que declararon no sufrir este trastorno. El trabajo “resulta útil para comprender mejor los posibles mecanismos que vinculan estrés y enfermedad cardiovascular”, afirmó José Ramón González-Juanatey, presidente de la Sociedad Española de Cardiología.
En caso de infarto, mejor si hace calor
Hasta 4.500 estudios está previsto que se den a conocer durante los cinco días que dura el congreso de la ESC, considerado la cita más importante sobre investigación, tratamiento y prevención de la enfermedad cardiovascular. Los hay sobre todas las áreas. En reanimación cardiopulmonar, por ejemplo, un trabajo japonés presentado hoy ha demostrado que hay una relación directa entre la temperatura ambiental en el momento en que una persona sufre un paro cardiaco y su evolución neurológica posterior. Tras analizar los casos de más de 240.000 pacientes y estudiar distintos factores ambientales (temperatura, presión, humedad, horas de luz…), observaron las personas que sufren un paro cardiaco cuando hace calor tienen mejor recuperación neurológica pasados 30 días.
Los autores aseguran que no saben cómo influye el calor en la recuperación, y creen que habría que desarrollar más estudios. Dos trabajos anteriores ya apuntaban a las diferencias entre el número de muertes por infarto agudo de miocardio según la estación del año. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 40% de las 17.644 defunciones de 2012 por infarto de miocardio se produjeron en los meses de invierno (diciembre a marzo); en verano (junio a septiembre) fueron un 28%.
Fuente:elpais.com
La depresión y el estrés combinan mal con las enfermedades cardiovasculares. Distintos estudios habían puesto cifras al incremento del riesgo de mortalidad de los pacientes que padecen estas dolencias. Dos nuevos trabajos, presentados hoy en el marco del congreso de la Sociedad Europea de Cardiología (ESC), que se celebra en Barcelona hasta el 3 de septiembre, aportan nuevos datos sobre la relación entre estos factores psicosociales y las dolencias cardiovasculares. Investigadores alemanes concluyen que los pacientes que sufren insuficiencia cardiaca y además están depresivos tienen peor pronóstico y más probabilidad de morir a causa de la enfermedad cardiaca. Otro trabajo con mujeres rusas constata que el estrés multiplica el riesgo de hipertensión, infarto de miocardio e ictus.
“Hace años que se conoce que los factores psicosociales influyen en las enfermedades cardiovasculares”, explica a El País Nicolás Manito, jefe del servicio de Cardiología del hospital de Bellvitge. El estudio alemán concluye que casi un 30% de los pacientes con insuficiencia cardiaca tiene depresión. De estos, un 26,9% fallece a causa de la enfermedad cardiovascular subyacente pasado un año y medio, lo que para los investigadores confirma el mal pronóstico de la depresión en este tipo de pacientes. Solo el 13,6% de los que no la sufrían falleció en el mismo lapso de tiempo.
Manito apunta a varias explicaciones: “Los pacientes con síndromes ansiosos-depresivos presentan mayor riesgo para la insuficiencia cardiaca porque tienen más actividad hormonal, que desencadena esta enfermedad”. Además, añade, los fármacos que se administran para tratar esta enfermedad crónica, como los betabloqueantes, desencadenan la aparición de síntomas depresivos. Aún hay una tercera consideración: “Cuando a una persona joven se le diagnostica la insuficiencia cardíaca, y se ve obligada a abandonar una vida laboral, de relación social y sexual, toda la vida psicosocial de esa persona se altera. Y ello facilita el desarrollo de ansiedad y depresión. Es un mecanismo que perpetúa la propia enfermedad, y lo que lleva finalmente a un mal pronóstico”, añade.
Por eso es “clave”, asegura el también presidente de la sección de Insuficiencia Cardiaca y Trasplante de la Sociedad Española de Cardiología, detectar quién sufre un cuadro depresivo e instaurar el tratamiento más adecuado. “Es tan importante como la medicación de la insuficiencia”, añade. Las unidades multidisciplinares, que cuentan con psicólogos y psiquiatras, además de personal de enfermería especializado, son básicas. “Estos estudios son como un toque de atención a los médicos para que demos a estos factores la importancia que merecen. No se han valorado suficientemente estas patologías en la enfermedad cardiovascular, y ahora se pone en evidencia que también hay que enfocar la atención al tratamiento de las complicaciones psicológicas”, señala.
Cumplir con el tratamiento prescrito es otro de los desafíos en caso de depresión. El paciente que no toma la medicación necesaria presenta una mortalidad mucho mayor, recuerda Manito. “Es precisamente una de las explicaciones de por qué los pacientes depresivos mueren más: no toman bien los fármacos, no vienen a consulta, no cambian los hábitos como se les indica. Por eso es tan necesario detectar y tratar adecuadamente esta patología”, añade el cardiólogo, que considera la insuficiencia cardiaca “otra epidemia del siglo XXI” por su elevada prevalencia, del 7% en España y la causa número uno de ingresos y reingresos en el hospital. “El 40% de los pacientes que ingresan por esta causa vuelven a hacerlo en menos de un año. Hablamos de prácticamente de uno de cada dos”, concluye.
El estudio realizado con 870 mujeres rusas revela que dos de cada diez sufren estrés familiar. Tras realizarles un seguimiento de 16 años para estudiar la incidencia de hipertensión, infarto de miocardio e ictus, los investigadores comprobaron que las que tenían estrés presentaron 1,39 veces más riesgo de hipertensión; 5,59 veces más probabilidad de infarto y 3,53 veces más riesgo de accidente cardiovascular, en comparación con las que declararon no sufrir este trastorno. El trabajo “resulta útil para comprender mejor los posibles mecanismos que vinculan estrés y enfermedad cardiovascular”, afirmó José Ramón González-Juanatey, presidente de la Sociedad Española de Cardiología.
En caso de infarto, mejor si hace calor
Hasta 4.500 estudios está previsto que se den a conocer durante los cinco días que dura el congreso de la ESC, considerado la cita más importante sobre investigación, tratamiento y prevención de la enfermedad cardiovascular. Los hay sobre todas las áreas. En reanimación cardiopulmonar, por ejemplo, un trabajo japonés presentado hoy ha demostrado que hay una relación directa entre la temperatura ambiental en el momento en que una persona sufre un paro cardiaco y su evolución neurológica posterior. Tras analizar los casos de más de 240.000 pacientes y estudiar distintos factores ambientales (temperatura, presión, humedad, horas de luz…), observaron las personas que sufren un paro cardiaco cuando hace calor tienen mejor recuperación neurológica pasados 30 días.
Los autores aseguran que no saben cómo influye el calor en la recuperación, y creen que habría que desarrollar más estudios. Dos trabajos anteriores ya apuntaban a las diferencias entre el número de muertes por infarto agudo de miocardio según la estación del año. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el 40% de las 17.644 defunciones de 2012 por infarto de miocardio se produjeron en los meses de invierno (diciembre a marzo); en verano (junio a septiembre) fueron un 28%.
Fuente:elpais.com
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