Los expertos alertan de que el juego sin control, un trastorno psicológico equiparado a los causados por adicciones a sustancias, crece con las nuevas tecnologías. Pero el éxito de los tratamientos es superior al 70%, mayor cuanto más motivado está el paciente.
El ludópata es un enfermo, no «un vicioso» ni «un jugador de mierda». Lo dice Pilar desde su experiencia como esposa de un afectado por la ludopatía o juego patológico, trastorno psicológico de la impulsividad que la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Sociedad Americana de Psiquiatría califican de adicción sin tóxico y equiparan a las causadas por sustancias como la cocaína o la heroína. Coincidiendo con sendos megaproyectos de casinos en Barcelona y Madrid, esta enfermedad, que arruina la salud, la familia y la hacienda, ya alcanza a más de medio millón de españoles y amenaza a otro millón y medio, sobre todo con la expansión del juego por internet. Así lo consideran expertos como Jerónimo Saiz, jefe de psiquiatría del hospital madrileño Ramón y Cajal y padre de la primera unidad dedicada a tratar este trastorno en España, creada en 1979.
Los ludópatas «pierden el control. Juegan porque lo necesitan y desatienden necesidades básicas de trabajo, estudios, familia y amigos» hasta volverse «esclavos de esa conducta», dicen los responsables de estos servicios, que no logran eliminar la lista de espera, como lamenta Susana Jiménez-Murcia, jefa de psiquiatría y salud mental del Institut d'Investigació Biomèdica de Bellvitge (Idibell) y coordinadora de la unidad de juego del hospital barcelonés.
Las asociaciones de jugadores de azar en rehabilitación cuentan que la repercusiones directas suelen ser tremendas. La relación con la pareja y los hijos se debilita conforme «se miente sobre el uso del dinero». Decrece el nivel de concentración laboral al estarse «pendiente de volver a jugar y recuperar lo perdido». Como «no hay economía que lo resista», llegan las deudas, la tentación de taparlas con operaciones fraudulentas y los problemas con la justicia.
DEPRESIÓN Y MÁS ADICCIONES
En este descenso al infierno del juego, el psicólogo clínico Enrique Grande apunta que brotan «otros problemas psicopatológicos asociados», como depresión -«los afectados se dan cuenta del rechazo social y de la ruina a la que llevan a sus familias y a sí mismos»-, alcoholismo, drogadicción y, en los casos más graves, el «riesgo de suicidio como escape de una situación que no se puede soportar».
Jiménez-Murcia cuenta que en hasta el 85% de los casos que llegan a su unidad el motivo sigue siendo las máquinas en las que los afectados «persisten perra a perra». Estos suelen tener entre 30 y 45 años, y apenas un 12% son mujeres. «Empezamos a tener pacientes con estudios universitarios, trabajo y un nivel adquisitivo alto», advierte. Otros especialistas corroboran que el perfil del ludópata que pide ayuda está cambiando. «Cada vez son más jóvenes y más preparados. Muchos han empezado a jugar en internet, en el calor de sus hogares, con la sencillez de gastar dinero haciendo un simple clic», aseguran fuentes del Hospital Clínico de Alicante.
Datos del Hospital de Bellvitge apuntan que casi el 5% de los atendidos por juego patológico ya presentan una adicción gestada on line. Su responsable asegura que también se están atendiendo casos muy graves de «ludópatas bursátiles». Aunque su perfil de personalidad y emocional es similar, estos suelen ser universitarios, sobre todo economistas, y con ingresos altos. El problema radica, según Jiménez- Murcia, en que al tratarse de una actividad bien vista socialmente, suele retrasarse el diagnóstico. «La ludopatía en general tarda mucho en aparecer, en pasar de ser un hábito a un problema que hunde a la persona. De momento, solo estamos viendo la punta del iceberg de lo que puede traer internet», pronostica Saiz.
Pero por suerte, la otra cara de esta dura realidad es que, según los psiquiatras, hay solución. Las diez unidades hospitalarias de Catalunya cifran la tasa de éxito de quienes acuden a sus terapias en más del 70%. «El resto abandona o tiene recaídas a lo largo del proceso», dice Jiménez-Murcia. Una cifra de abandono superior, por ejemplo, a la de las terapias antitabaco y que se podrían mejorar, según Sáiz, si los ludópatas se trataran antes. El gran reto, apunta, es tratar a los que ahora no acuden por el típico «mecanismo de negación del problema» que impide afrontarlo hasta que surgen las implicaciones familiares, laborales y judiciales.
TERAPIAS LARGAS PERO EFICACES
Precisamente aceptar el problema y estar motivado es clave, apuntan médicos y psicólogos, para que las terapias sean eficaces. El programa de tratamiento de Bellvitge tiene dos fases. La primera es intensa, de 16 sesiones, una por semana durante 4 meses. Si se supera, es decir, si el paciente recupera el autocontrol y no juega, pasa a otra de seguimiento durante dos años. En total, «desde que se entra en la consulta hasta el alta definitiva son dos años y medio», explican.
La mayoría mejora de forma espontánea. El tratamiento fundamental es psicológico o cognitivo conductual, salvo en pacientes con trastornos asociados que requieren usar fármacos. «Cuesta pero compensa. Cuando jugaba me sentía un desgraciado. Ahora me he encontrado a mí mismo como persona y vuelvo a disfrutar de la vida», dice Miguel, un exludópata tratado por el Ramón y Cajal de Madrid.
Fuente:elperiodico.com
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