Juan tiene 19 años. Ha dejado los estudios, sale a diario con amigos y hace lo que muchos: se divierte, bebe alcohol, fuma. Sus padres tienen estudios superiores y un nivel socioeconómico muy alto. Siempre fueron comprensivos y dialogantes con él; nunca le castigaron. Pero desde hace tiempo Juan no respeta a nadie; grita, rompe cosas, les agrede. Cuando se lo reprochan, responde: “Dejadme en paz. Os odio. Buscaré trabajo para ganar dinero e irme de casa”. Hace semanas fue detenido por agresión. Había consumido gran cantidad de cocaína.
Los padres de Juan aun no han superado el disgusto y no paran de repetir: “¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Qué hicimos mal? ¿Podríamos haber hecho las cosas de otra forma?”
Frases como éstas se escuchan muy a menudo en consultas de psicología, tribunales de menores y colegios. Suelen provenir de padres bienintencionados como los de Juan que vieron a sus adorables hijos transformarse en tiranos. ¿Qué fue lo que sucedió? Los expertos lo tienen claro. Crecieron con mucho amor, vivencias positivas y oportunidades pero carecieron de algo esencial. Nadie les puso normas, no les enseñaron a esperar, ni a esforzarse para conseguir sus deseos. Su futuro era fácil de imaginar.
Y es que muchísimas evidencias demuestran que una educación sin límites es un camino más que probable a una vida de inadaptación, de problemas. Pero esta realidad sigue sin ser asimilada por muchos padres. Esta misma semana uno me decía: “No quiero que mi hijo llore por recoger la ropa o estudiar. Tonterías. Quiero que sea feliz. Y si desea algo se lo compraré; no quiero que sufra. Además disfruto haciéndolo”, Muchos padres dicen cosas parecidas. Pero la vida no pone las cosas tan fáciles. Ellos lo saben. ¿Por qué hacen que sus hijos crean lo contrario?
Parece cierto. Nunca los padres habían estado tan preparados y sin embargo nunca habían mostrado tanta confusión a la hora de educar como hoy en día. Por eso es necesario insistir: la felicidad de los hijos no es incompatible con los límites. Más bien, al contrario. Buena prueba de ello son los sorprendentes hallazgos obtenidos en estudios que analizaron el modelo familiar en el que crecieron muchos de los chicos que un día se convirtieron en tiranos y delincuentes. Cada vez más, provienen de familias estructuradas, dialogantes y democráticas. Conocer como fueron educados estos niños tal vez pueda ayudar a muchos padres bienintencionados a recapacitar. Puede que aún estén a tiempo.
Manual definitivo para conseguir que su hijo se convierta en un verdadero fracasado
1. Dele todo lo que pida. Si no lo hace, su hijo sufrirá. No haga caso de los que dicen que es bueno que aprenda a esperar, a esforzarse por conseguir algo y tolerar la frustración. Están equivocados. Someterle a todo eso puede generarle consecuencias irreparables
2. No permita que su hijo llore; cumpla sus deseos sin demora. Puede volverse un niño ansioso.
3. No le regañe nunca; no ponga reprenda sus malos actos. Podría desarrollar baja autoestima. Si hace algo incorrecto basta con que prometa que no lo hará más. No volverá a repetirlo.
4. Dígale solo lo que hace bien. Tape sus fallos. Así no sufrirá
5. Intente ser su mejor amigo. Para conseguirlo deje de poner límites y reglas. ¿Qué amigo lo hace? En el colegio y en la vida encontrará muchos obstáculos. No presione también usted. Su hijo se puede traumatizar y se resentirá el vínculo con usted.
6. Recoja todo lo que deje tirado. No haga caso de quienes dicen que desde temprana edad puede recoger sus juguetes con la ayuda de un adulto. Desde pequeño, debe tener claro que hacerlo no es responsabilidad suya sino de la asistenta o de su madre. Hacer el trabajo de otros no es bueno; los de alrededor dejarán de cumplir con sus responsabilidades.
7. No se esfuerce por trabajar sus valores. Los niños son buenos por naturaleza y comprenden con facilidad lo que está bien o mal y a obrar en consecuencia. Es falso que hacerlo fomente seguridad personal. No haga caso. La moral es un invento para tenernos controlados.
8. Respete siempre su derecho a decidir. No le coarte ni le guíe en su proceder. Espere a que sea un adulto para que pueda hacerlo con libertad. Antes no hay nada relevante que decidir.
9. Si hace comentarios inapropiados o dice palabrotas, no le regañe; ríase. Es pequeño y no importa. Alabe su ocurrencia. Puede que así siga siendo gracioso de mayor y eso le abrirá muchas puertas. El autocontrol no es tan necesario como dicen.
10. Póngase siempre se su parte. Intermedie en todos sus conflictos. Usted sabe que no tiene mala intención. Con eso basta. No le haga sufrir sugiriendo que los resuelva por sí mismo o pidiendo disculpas a quién hizo daño; ya tiene bastante con el disgusto.
11. No haga caso del colegio si le dicen que no obedece. Enfréntese a quién sugiera eso. Seguramente el culpable sea el profesor: no sabe motivarle.
12. Dele todo el dinero que pida. Aunque se acostumbre a gastar mucho seguro que no le es difícil restringir sus gastos cuando deba hacerlo. Seguro que se conforma y lo acepta.
13. Guíese siempre por lo que hagan los padres de los amigos de su hijo. Si ellos no ponen horario de llegada a casa, no se le ocurra hacerlo a usted. Si lo hace, puede frustrarse o convertirle en un acomplejado frente a sus amigos.
14. Respete su intimidad. No supervise nunca su actividad en la red. En el colegio les han enseñado a protegerse adecuadamente en internet y las redes sociales. Con eso basta.
15. Y por último, confíe siempre en él, aunque le suene raro lo que le cuente. Para proteger a un hijo la confianza es fundamental. Son malos padres los que piensan que la confianza hay que ganársela. Evite ser como ellos. Hacerlo, sería un error.
Pero si quiere que su hijo sea un verdadero fracasado y esta lista le parece muy larga, puede simplificarla. Bastará con que cumpla a rajatabla tres preceptos fundamentales: dele a su hijo todo lo que pida; hágalo con prontitud y sobre todo, no olvide algo: que no realice ningún esfuerzo para lograrlo. Verá lo fácilmente que lo consigue.
Fuente:elconfidencial.com
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