-Obsesionados con el cuerpo perfecto, llevan su cuerpo al límite con tal de conseguirlo
-El consumo de anabolizantes para supermuscularse conlleva graves problemas de salud
Mide 1,84, pesa 80 kilos y sólo tiene 18 años. Jorge Ruiz lleva apuntado al gimnasio desde los 16 y dedica a la actividad deportiva (practica, además, kickboxing) más de dos horas al día. «Si tú te ves grande y fuerte, estás contento contigo mismo y, además, impones respeto», asegura Jorge. Diego también se toma muy en serio su imagen y, por la dieta, se levanta cada mañana a las 6 para comerse un kilo de pollo a la plancha.
La idea de basar la autoestima en la musculatura se asocia a una patología conocida como vigorexia. Aún no está reconocida de forma oficial, por lo que no se diagnostica ni existen programas de ayuda. Los que la padecen tienen una serie de síntomas comunes, aunque no es necesario que los reúnan todos.
«Los vigoréxicos son mayoritariamente varones jóvenes, entre los 13 y 25 años aproximadamente, que se caracterizan por una búsqueda obsesiva del cuerpo musculado», asegura María Isabel Casado, psicóloga clínica de la Universidad Complutense de Madrid. Para ella, los síntomas más representativos son «una obsesión por el físico que les lleva a estar siempre hablando y pensando sobre el tema, la enorme cantidad de horas dedicadas al gimnasio y una alimentación obsesiva que les ayude a conseguir siempre un mejor cuerpo».
Esta patología comparte síntomas con otras, como la anorexia o la bulimia, como por ejemplo la imagen distorsionada de sí mismos. En el caso de los vigoréxicos, se ven siempre débiles, lo que les lleva a convertirse en adictos al ejercicio físico para suplir esa carencia. «Les ocurre algo parecido a lo que les pasa a las personas con anorexia, que siempre se ven gordas. En este caso, por muy musculados que estén nunca se dan por satisfechos y quieren más y más», diagnostica Casado.
«Al principio no le daba tanta importancia al físico como ahora, pero a veces me miro al espejo y pienso que soy un flaco», cuenta Jorge. Precisamente, esa idea de complejo desde la infancia proviene del prototipo de hombre musculoso que reciben los niños desde muy pequeños. El madelman y el superhéroe han sufrido una transformación a lo largo de los años que les ha ido supermusculando, marcando así el canon de belleza masculino en las sociedades modernas.
«Yo desde pequeño siempre quise tener un cuerpo musculoso como el de los superhéroes. Era un niño gordo y cuando por fin me dejaron meterme al gimnasio lo cogí con ganas», cuenta Ángel López, que aspira a convertirse en militar en el futuro. Si no lo consigue, se dedicará a la preparación deportiva y a la suplementación, áreas en las que tiene varios títulos, además de a la competición en certámenes de musculación. Eso sí, tiene claro que logrará su modelo de cuerpo ideal de forma natural, sin utilizar químicos.
Pero hay quien no lo tiene tan claro. Cristian (nombre ficticio porque el protagonista no quiere identificarse) tiene 21 años, mide 1,76 y antes de meterse al gimnasio pesaba 57 kilos. Tras cinco años, su peso actual es de 102. Esta transformación es imposible sin que medie la química. «He tomado anabolizantes de todo tipo, inyectables y orales, y la verdad que son una gran ayuda. El cuerpo al que yo aspiro no se puede conseguir de manera natural», cuenta Cristian, que además ha ganado varios concursos de culturismo pese a su corta edad.
Los esteroides anabolizantes son sustancias que reducen la grasa corporal y aumentan la masa muscular. Pero, a cambio, entrañan graves peligros para la salud de quien los consume. En España sólo es legal adquirirlos con receta médica y en casos muy excepcionales. Suelen recetarse cuando una persona ha salido de una operación tras la que no se ha movido durante mucho tiempo y tiene que ganar masa muscular rápidamente.
Aun así, lo cierto es que son muy fáciles de conseguir para quienes deseen adquirirlos. Tanto por internet (este diario lo intentó y no tardó ni cinco minutos), como en los propios gimnasios donde es común el tráfico de estas sustancias.
Ángel López, por ejemplo, cuenta cómo desde muy temprano algunos compañeros de su gimnasio le ofrecieron tomar anabolizantes a cambio de unirse a un grupo de competición de culturismo. «Vieron futuro en mí, pero yo de momento sólo quiero alcanzar los límites de mi cuerpo de forma natural», asegura el joven preparador físico.
Jorge, sin embargo, sí que se plantea el uso de sustancias anabolizantes en el futuro:«Me lo he planteado porque el físico que yo quiero no se puede conseguir naturalmente. La verdad es que no creo que sean tan malos para mí».
La química, un riesgo
Sin embargo, el presidente de la Federación Española de Medicina del Deporte (Femede), Pedro Manonelles, no está de acuerdo:«El consumo de este tipo de sustancias, especialmente en jóvenes, tiene efectos muy adversos: cáncer de varios tipos, sufrimiento del hígado, mortalidad cardiovascular, alteración del metabolismo, fallos multiorgánicos... además de que tienen efectos adictivos como las drogas de abuso y alteran la fertilidad y la libido».
Desde el departamento de urgencias del hospital madrileño de La Paz, advierten que durante el último año han recibido el doble de casos de jóvenes con fallos hepáticos por consumo de anabolizantes con otras sustancias añadidas.
«Es increíble que nos vengan jóvenes de entre 18 y 24 años con este tipo de patologías que pueden conducirles a necesitar un trasplante de hígado e incluso a la muerte», asegura Alberto Borobia, médico de la unidad toxicológica del hospital. Es más, la hipertrofia que producen no sólo se refleja en un bíceps o un pecho más grande, sino también en la expansión del corazón, que puede llevar a fallos cardiacos.
Quienes padecen vigorexia tienen dependencia de asistir al gimnasio y practicar deporte en general. «Me gusta entrenar y si no voy, me encuentro más deprimido. El dolor de entrenar me hace sentir bien», asegura Ángel.
En una línea parecida va Marina García, de 17 años recién cumplidos, que cuenta cómo es para ella no ir al gimnasio: «El día que falto me miro al espejo y me cabreo. Me noto las piernas flácidas y horribles y por eso procuro evitar mirarme en ellos porque sé que no me va a gustar». Marina dice no saber cuánto tiempo pasa al día en el gimnasio -una hora y media mínimo-, y si por ella fuera, «iría todos los días de la semana, pero siempre pasa algo y tengo que perderme uno o dos».
A pesar de que no se plantean abandonar su estilo de vida, las personas que padecen vigorexia reconocen que esto puede convertirse en un problema para ellas en el futuro. «Me he planteado que cuando llegue a mi límite natural, esto pueda llevarme a hacer una tontería y al final se convierta en un problema de verdad. Ahora mismo no, pero quizá me cambie la mentalidad y quiera ser un gorila», confiesa Ángel. De forma parecida piensa Jorge, quien se muestra preocupado: «Mi mentalidad cada vez es de querer más y más y la verdad es que no sé a dónde me va a llevar».
Traficantes de una obsesión
Los esteroides anabolizantes están prohibidos sin prescripción médica justificada. ¿Cómo acceden a ellos entonces estos jóvenes? En la mayoría de los gimnasios, el tráfico de este tipo de sustancias es común. Jorge Ruiz, por ejemplo, cuenta que para él será muy fácil hacerse con ellas cuando quiera empezar a supermuscularse porque «en el barrio o en el gimnasio siempre encuentras a alguien que o consume o te las vende». Este tráfico en los centros deportivos rara vez está regulado por sus responsables. «En los gimnasios, los propios entrenadores recomiendan la toma de estas sustancias para conseguir el cuerpo ideal», apunta María Isabel Casado, psicóloga clínica. Pero no es la única forma. En internet existen infinidad de páginas que ofrecen estos tratamientos. Esto es más peligroso aún si cabe, ya que el consumidor no sabe a ciencia cierta de dónde viene lo que está metiéndose en el cuerpo. Ángel López asegura que, si en algún momento se plantea ciclarse con anabolizantes, lo hará con productos de calidad, que uno sepa «lo que se está metiendo». La otra forma para poder adquirir esteroides anabolizantes es mediante receta médica y para esto existen profesionales que se lucran concediéndolas de manera ilegal. Los farmacéuticos lo único que pueden hacer cuando se van a cobrar estas recetas es llamar al médico que las firma para confirmar su autenticidad. De hecho, en España, ya hay un médico detenido en una de las tres grandes operaciones, la Burn en Madrid y otras dos en Alicante y Valencia. En total, se han incautado cerca de 300.000 dosis de sustancias dopantes, recetas médicas e incluso armas de fuego. Las operaciones se llevaron a cabo en tiendas de internet, gimnasios y locales, y han sido detenidas más de 20 personas.
Ellas también quieren músculo
La obsesión por la musculación suele asociarse sólo a hombres pero, aunque suele ser así, las mujeres también están empezando a sufrir esta patología que se une a las tradicionales de bulimia y anorexia. No hablamos sólo de las mujeres dedicadas a la supermusculación, sino también de la búsqueda del cuerpo fitness. Marina García y Diana Méndez tienen 17 años recién cumplidos y desde que se apuntaron al gimnasio hace un año se han volcado en él. «Al principio lo consideraba como un hobby, pero cuando te acostumbras le coges vicio. Me considero un poco obsesiva con todo esto», cuenta Marina. No sólo en el tema de los ejercicios, sino también en la dieta. «Si no voy un día, ya me siento supermal y me veo fofa. Al día siguiente vamos y hacemos el doble para compensar», dice Diana. Marina, por su parte, cuenta que su madre está preocupada por ella:«Mi madre me dice a veces que estoy demasiado gorda, pero gorda de que tengo mucho músculo en las piernas. Yo le digo que me deje, que yo sé lo que me conviene». En el tema de la dieta, ya no vale el tradicional no como nada de anteriores patologías relacionadas con la alimentación, sino que ahora está de moda el controlar hasta lo último que se ingiere. «Nuestra dieta está adaptada a mujeres pero orientada a conseguir músculo. Peso las cantidades de casi todo lo que como en una báscula para poder cumplirla estrictamente», cuenta Diana que, además, asegura que le ha afectado a su vida social: «Cuando mis amigas me invitan a ir a comer por ahí o a tomar algo, les digo que no. Se pierden días de gimnasio por comer mal».
Fuente:elmundo.es
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