sábado, 21 de agosto de 2010

Más sobre la esquizofrenia

Escribo esto tras haber leído el artículo La esquizofrenia y las metáforas peligrosas que Antonio Cuevas publicó en este periódico el 6 de este mes. Hay algo que me gustaría decir: las enfermedades mentales no pueden de ninguna manera ser estigmatizadas y tampoco banalizadas. Ninguna persona aquejada de una enfermedad de este tipo puede ser malditizada ni utilizada como paradigma (es el caso del esquizofrénico) de la agresividad, de la maldad o de los peores instintos. Un esquizofrénico es un ser humano, con una enfermedad, la esquizofrenia, pero ante todo un ser humano, no mejor, pero tampoco peor que otros a los que no se les pone nombre. Yo soy esquizofrénica pero también capaz de redactar este artículo y de muchas otras cosas. No lo digo con orgullo (sería una necedad sentirse orgullosa de padecer una dolencia que hiere hasta los cimientos de la existencia), pero tampoco lo digo con vergüenza.

De la misma forma que a algunos les falta insulina porque su páncreas no la produce y son diabéticos, a mí (aún no está claro el origen de la enfermedad) me faltan quizás ciertas proteínas en el cerebro y soy esquizofrénica. He pasado por fases casi catatónicas, por otras paranoides y finalmente me queda una esquizofrenia residual. Puedo asegurarles que, aunque mi condición y mi sufrimiento hayan supuesto durante mucho tiempo el llanto amargo de todos los que me querían y me quieren, en ningún momento, nunca, jamás, se han sentido amenazados o atemorizados por mí. No soy agresiva, nunca lo he sido y, en cualquier caso, la agresividad que puede provocar un mundo interior sin luces, sin orden, sin lógica, sin conexión entre cuerpo y mente, ha revertido sólo sobre mí en forma de angustia o de terror por no entender, por no saber ni siquiera cuál es la realidad o mi realidad.

Estoy muy bien medicada, hago psicoterapia y cuento y he contado siempre con el gran amor, apoyo y comprensión de los míos. Desde aquí les doy las gracias, a ellos y a mi psiquiatra, que me recetó, entre otros, el medicamento que me hace vivir, Risperdal Consta. Así que, como apunta el señor Cuevas, basta ya de estigmatización y de no "separar las cosas y ver con claridad". El esquizofrénico sólo es potencialmente peligroso para otros o para él mismo si no está medicado y está dejado a su merced bien por la familia, bien por las instituciones o por ambas a la vez. Yo, esquizofrénica, con una vida hecha de mis rutinas, de mis pequeñas ilusiones, de mis aficiones, como la lectura, de mis momentos bajos o muy bajos y de mis alegrías, puedo ser también el paradigma de la esquizofrenia, porque les aseguro que hay muchos, muchos como yo.

Decía más arriba que las enfermedades mentales tampoco deben ser banalizadas y aquí podría entroncar de lleno con el artículo de Cuevas porque el lenguaje común banaliza y utiliza determinados términos como sinónimos inadecuados, incorrectos y faltos de precisión y sensibilidad. Más de una vez he oído o leído "vivir esta esquizofrenia que supone pasar del escenario a la vida normal" en boca de algún actor o actriz. Pero ¿saben ellos lo que es la esquizofrenia? No banalicemos, no utilicemos el lenguaje con tanta ligereza porque los enfermos (en su mayoría inteligentes aunque suene raro) nos dolemos con ello. Pero no voy a poner ejemplos sólo referidos a mi enfermedad. Existen otras, como el Trastorno Bipolar o el TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). Hace poco leía una entrevista a un conocido personaje a quien el periodista preguntaba sobre su bipolaridad a la hora de concebir la vida. No. La bipolaridad es una enfermedad (tratable pero muy dolorosa), no es una postura ante la vida ni ante nada. En cuanto al TOC (enfermedad padecida por muchos y desconocida por la mayaoría) ya hubo una película que hizo mucho reír mostrando las "manías" o anormalidades de un personaje de ficción encarnado por Jack Nicholson. Pues miren, según los últimos informes de la OMS, el TOC está entre las cinco primeras enfermedades mentales más discapacitantes e inhabilitadoras para la vida normal.

Para terminar, me repito, con su permiso, el de todos ustedes: no estigmaticemos y tampoco banalicemos. Nadie está libre de ser señalado por el dedo insidioso de la enfermedad por la que hace no tanto algunos morían en la hoguera. A pesar suyo. Sin la comprensión de nadie.

Fuente:Información.es

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