El consumo de tranquilizantes y antidepresivos se ha disparado. En la mayoría de casos se toman bajo prescripción médica, pero los propios médicos están preocupados por las consecuencias de la generalización de unos medicamentos que son eficaces pero entrañan riesgos, sobre todo psicológicos.
Mónica llevaba año y medio en paro cuando la llamaron para una entrevista de trabajo. La angustia y dificultades pasadas durante esos meses se desbordaron y, de repente, se veía incapaz de ponerse delante de un entrevistador sin echarse a temblar. Solución: tomarse durante tres o cuatro días unas pastillas que según su amiga iban muy bien para tranquilizarse y que ella misma le cedió. Como Mónica, cuatro de cada diez españoles han recurrido en alguna ocasión a ansiolíticos, somníferos o antidepresivos, y tres de ellos lo han hecho en el último año.
Las cifras, extraídas de una encuesta realizada por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) a dos mil ciudadanos de entre 18 y 74 años, pone números a un fenómeno sobre el que desde algunos ámbitos médicos se viene alertando: la generalización –y frivolización, en palabras de algunos– del consumo de medicamentos relacionados con la ansiedad o el estrés. Según datos del Ministerio de Sanidad, los ansiolíticos son la droga más consumida después del tabaco y el alcohol, y por encima del cannabis: más de un 15% de las mujeres y el 7,6% de los hombres declaró haberlos consumido en el 2011 en la encuesta domiciliaria sobre alcohol y drogas en España (Edades). En el 2005, los porcentajes eran del 6,7% y el 3,5%, respectivamente.
Cabría pensar que este fuerte aumento tiene que ver con la crisis que vivimos, que está afectando a la salud mental de muchas personas (de ello hablábamos en el ES del pasado día 9). “En las situaciones de crisis es normal que las personas padezcan más ansiedad y que esta cause sufrimiento porque surgen riesgos no imaginados para muchos, como el miedo al paro, a que los familiares se vean afectados de forma grave, etcétera, y se acude al médico o a la farmacia a pedir alguna ayuda para superar esa angustia”, explica Santiago Cuéllar, jefe del departamento de acción profesional del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España.
Sin embargo, son muchos los médicos que desvinculan el alto consumo de ansiolíticos y antidepresivos de la actual situación económica y advierten que las cifras comenzaron a dispararse hace ya más de una década, en plena bonanza. De hecho, tanto las cifras de venta de los tranquilizantes y antidepresivos más utilizados que facilita la consultora IMS Health como las estadísticas de envases dispensados por la sanidad pública catalana evidencian que los mayores incrementos se produjeron antes de la crisis, con un significativo repunte el año 2010 y una cierta tendencia a la estabilización en los dos últimos años.
“El aumento escandaloso del consumo de estos fármacos tiene que ver con la evolución de la cultura occidental, cada vez más negadora de las emociones y las sensaciones; con el hecho de que los médicos no estamos suficientemente preparados ni tenemos recursos ni tiempo para abordar emociones como la tristeza, el miedo, la angustia o la fobia y lo resolvemos recetando medicamentos, y con el gran poder que posee la industria farmacéutica”, resume el presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia, José Luis Marín.
También la presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría, Eudoxia Gay, cree que el elevado consumo de tranquilizantes, somníferos y antidepresivos tiene que ver con que en nuestra sociedad “hay muy poca tolerancia a la frustración y la gente quiere soluciones rápidas a sus problemas y tira de fármacos en lugar de elaborar su ansiedad, de desarrollar mecanismos de defensa ante los problemas que les provocan esa angustia y de buscar formas de vida más sanas para disminuir la tensión y el estrés”. Enric Aragonés, responsable del grupo de salud mental de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (SemFyc), comenta que la mayoría de problemas de ansiedad que plantean los pacientes que pasan por los centros de salud no son problemas médicos, sino sociales y económicos, y eso no debería medicarse. “Los médicos debemos contenernos, no medicalizar lo que no son situaciones patológicas, y ayudar al paciente a encontrar otras soluciones”.
La opinión generalizada entre los especialistas es que tratar de resolver los problemas laborales o familiares con psicofármacos “es pan para hoy y hambre para mañana”, y su consejo es recurrir a otras vías, como las psicoterapéuticas. “Lo primero que deberíamos hacer es normalizar las respuestas de tristeza y angustia ante determinadas situaciones, darles valor; y cuando algún amigo que se ha quedado sin trabajo o que pasa dificultades nos cuenta su angustia, no decirle que no se preocupe y que lo que ha de hacer es animarse, porque así le estamos incitando a disimular su estado; en vez de eso, hay que decirle que es normal que esté triste y preocupado, que ha de sobrellevarlo y tratar de aprovechar la situación para conocerse mejor, explorar sus recursos, ver qué puede hacer para encontrar otras oportunidades”, resume Marín. Gay explica que en lugar de tratar de acallar las angustias de forma inmediata con el recurso de las pastillas se trata de buscar otras formas sanas de liberar estrés o de introducir cambios en nuestra vida.
El psiquiatra David Clusa, jefe del servicio de salud mental de Sant Pere Claver Fundació Sanitaria, asegura que todos los médicos tienen claro, porque así lo indican todas las guías internacionales, que lo fundamental para abordar estos problemas son los tratamientos psicoterapéuticos y sólo en determinados casos combinarlos con tratamientos farmacológicos, pero siempre asociados a otras terapias. Y subraya que si no se hace así es “porque no tenemos ni presupuesto ni medios para atender con terapia a todas las personas que nos llegan, así que se les recetan fármacos” para que palien su problema. Pero tiene claro que esta situación tendrá consecuencias nada deseadas en el futuro. “Este aumento del consumo de tranquilizantes entraña un peligro grave porque algunas personas se van a convertir en dependientes de esa medicación”, alerta Clusa.
Tanto los médicos como los expertos en farmacología aseguran que los ansiolíticos y antidepresivos que hoy se comercializan son medicamentos bastante eficaces, de escaso riesgo toxicológico –“menos que los antiinflamatorios no esteroideos, como el ibuprofeno”, enfatiza el doctor Marín–, pero con alto riesgo psicológico. “Mi gran preocupación por el uso que se está haciendo de estos fármacos no es el riesgo farmacológico sino que estamos terminando de redondear el círculo de negación de la emoción y convirtiendo emociones normales en enfermedad: la tristeza la convertimos en depresión, el miedo en angustia, la timidez en fobia social… Medicamos al paciente y, como con el fármaco se encuentra mejor, ya no quiere renunciar a él, desarrolla una dependencia afectiva, psicológica. Pero es normal y sano tener miedo o sentirse triste de vez en cuando”, reflexiona el presidente de la Sociedad Española de Medicina Psicosomática y Psicoterapia.
Santiago Cuéllar, del Consejo General de Colegios Farmacéuticos de España, explica que los ansiolíticos no deberían tomarse más allá de un mes o mes y medio en la mayoría de casos porque provocan problemas de tolerancia –cada vez son necesarias dosis mayores para obtener el mismo efecto– y de dependencia, sobre todo psicológica. “La persona quiere tomarlos para mantener un estado de relajación que no es real”, indica. El psiquiatra David Clusa advierte que las benzodiacepinas, los ansiolíticos que se utilizan actualmente, crean una adicción muy importante: “Si los tomas más de tres meses, cada vez es más difícil dejar de tomarlos, cada vez necesitas más cantidad para que te hagan efecto, y a la larga, con el paso de los años, dificultan la capacidad de memoria y de concentración”.
Las secuelas de los tranquilizantes no son sólo psicológicas. También las hay físicas. “Tanto el tratamiento como la retirada de los tranquilizantes se debe realizar siempre bajo supervisión médica, pues además de efectos secundarios como cierta confusión mental o mayor riesgo de caídas en personas mayores, si se interrumpe el tratamiento de forma brusca hay un efecto rebote que hace que la persona sienta mayor ansiedad”, advierte Antoni Gilabert, gerente de atención farmacéutica del Servei Català de la Salut. El tema de la confusión mental por la ingesta de benzodiacepinas no es baladí. De hecho, los médicos desaconsejan recurrir a estos tranquilizantes cuando el nerviosismo y la ansiedad están relacionados con un examen o cualquier prueba donde haya que ejercitar coordinación mental o corporal, pues no permiten pensar con claridad. Alertan también que si se combinan con bebidas alcohólicas se potencia su efecto y uno puede mostrarse tan desinhibido y torpe como si fuera borracho perdido, con dificultades de coordinación muscular que pueden acabar en tropiezos y caídas.
Los expertos explican también que las benzodiacepinas se utilizan como ansiolíticos en dosis bajas y como somníferos en dosis altas, y distinguen entre las de acción corta, con efectos que van entre dos y diez horas, y las de acción larga, que se eliminan más lentamente del organismo, de modo que su efecto puede durar entre doce y cien horas. Estas últimas tienen menos efectos secundarios al retirarse porque la lentitud con que se eliminan compensa la suspensión del tratamiento, mientras que las de acción corta provocan más efecto rebote de insomnio y ansiedad, reacciones de agresividad y algunos problemas de memoria si se suspenden bruscamente.
Por lo que respecta a los antidepresivos, Clusa explica que no tienen el problema de tolerancia de los ansiolíticos pero sí otras complicaciones. “Pueden provocar estados de euforia excesiva, un aumento de peso con los consiguientes problemas de salud asociados a la obesidad, como la diabetes, y tampoco es fácil dejar de tomarlos”, apunta. José Luis Marín lo ilustra con el ejemplo de una paciente que, tras unos meses tomando antidepresivos, decía que se sentía tan bien que no entendía cómo no se generalizaba su uso y ponían sus compuestos en el agua del grifo para consumo público. “Es difícil sacar el uso de psicofármacos del contexto de bienestar mágico en que vivimos en las sociedades occidentales del siglo XXI, donde lo que prima son las comodidades y las vías fáciles y rápidas para todo, desde el transporte hasta las soluciones a nuestros problemas”, reflexiona.
Eudoxia Gay, por su parte, alerta de que los antidepresivos que se recetan hoy día, los inhibidores selectivos de captación de serotonina, requieren mantener la dosis cierto tiempo (un mínimo de tres meses según algunos especialistas) para resultar efectivos, así que no sirve tomarlo de forma desorganizada cogiendo alguna pastilla de las recetadas a un amigo o un familiar. “De manera aislada no tienen efecto antidepresivo y sí pueden tener otros indeseados, como sensación de náusea o dolor de cabeza”, indica la presidenta de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Y añade que a largo plazo también tienen efectos sobre la líbido y sobre el apetito.
Aunque la venta de tranquilizantes y antidepresivos está controlada y sólo se realiza con receta, el 2% de quienes admitían haberlos consumido en el último año en la encuesta Edades decía haberlos conseguido sin prescripción médica. “Estos fármacos no son agua, además de sus posibles efectos secundarios tienen problemas de interacción con otros medicamentos, así que nadie debería tomarlos por su cuenta y, sobre todo, hay que advertir al médico o al farmacéutico que se están tomando para evitar posibles interacciones”, alerta Santiago Cuéllar.
¿Quién los toma?
El consumo de ansiolíticos y antidepresivos está más extendido entre las mujeres que entre los hombres y aumenta con la edad. Algunos estudios indican que el 24% de los mayores de 65 años toma algún psicofármaco. Según los especialistas, su ingesta es más frecuente entre mujeres con bajo nivel educativo y sin actividad laboral, entre personas separadas, viudas o divorciadas, y entre quienes viven en residencia.
¿Por qué los toman?
Según la encuesta realizada por la OCU, las razones que dan quienes los toman son principalmente las dificultades para conciliar el sueño, los problemas laborales, sucesos traumáticos y causas económicas. En más de la mitad de los casos es el médico de cabecera quien se los ha recomendado y recetado, y seis de cada diez dicen que no les han alertado del riesgo de dependencia.
Médicos, psiquiatras y psicólogos relacionan el fuerte incremento del consumo de ansiolíticos en la última década con:
- una sociedad con escasa tolerancia al fracaso
- una actividad laboral más exigente e insegura
- la falta de apoyos familiares y sociales
- las dificultades de convivencia y comunicación en el seno de muchas familias
- la soledad
Los riesgos asociados
Los especialistas en salud mental explican que el uso de ansiolíticos y antidepresivos, con supervisión médica, es seguro y eficaz, aunque no está exento de efectos secundarios físicos y psicológicos que, si bien no siempre aparecen, conviene conocer.
Ansiolíticos
- Interfieren en la memoria y en el proceso cognitivo, pues pueden provocar somnolencia, sedación, sensación de cabeza vacía, desorientación y, en ocasiones, amnesia anterógrada, es decir, incapacidad para recordar a largo plazo lo ocurrido tras la ingesta.
- Alteran la capacidad de trabajo y de atención porque reducen la concentración, pueden provocar descoordinación de movimientos, alteraciones del humor y del estado de ánimo.
- Más riesgos de accidentes laborales y de tráfico por la pérdida de concentración, la debilidad muscular derivada de que muchos son relajantes musculares y la disminución de la rapidez de los reflejos.
- Provocan alteraciones digestivas: náuseas, diarreas, estreñimiento, sequedad de boca…
- Cambios en la libido y en ocasiones alteraciones del ciclo menstrual o de la erección.
- Alteraciones urinarias
- Mareos y dolores de cabeza
- Con menor frecuencia se asocian a ataques de ira, de rabia, alucinaciones o agitación intensa.
- Al suspender el tratamiento pueden producirse molestias intestinales, alteraciones de visión, hipotensión, cuadros de confusión, problemas para dormir o piel muy sensible al dolor, entre otros efectos.
Antidepresivos
-Fatiga o cansancio
- Insomnio
- Náuseas
- Mareo
- Boca seca
- Estreñimiento y
dificultades para orinar
- Modificación del apetito, normalmente al alza, lo que se traduce en un aumento de peso
- Pérdida de la libido y disfunciones eréctiles
- Visión borrosa
- Ansiedad
Fuente:lavanguadia.com
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