viernes, 22 de marzo de 2013

Los adictos invisibles o "esa gente que piensa que todo se lo va a curar una pastillita"

Antonio B. es abogado. Busca trabajo. Acaba de abandonar su empeño de sacarse las oposiciones a juez y se integra poco a poco, en una vida muy distinta a la que ha llevado en los últimos ocho años. No bebe ni fuma tabaco pero, dice con buen humor, “estoy lejos de estar limpio, los opositores nos drogamos bastante, no somos una excepción”. Según él “estar una serie de años estudiando con esa intensidad y con esa presión te desquicia. El que no lo vea, o es ciego, o no lo quiere ver. Por lo menos uno de cada tres de mis compañeros iba al psiquiatra. No al psicólogo, ojo, al psiquiatra. Es tan común que no llama la atención. Y en cuanto a automedicarse, aquello era el reino del lexatín. No te hablo ya de un examen, que es un momento de tal tensión que yo entiendo que la gente –aunque en público lo nieguen– se tome lo que sea. Yo conozco a gente que lo tomaba para estudiar, a diario”.

“El lexatín, tomado en dos o tres dosis a diario puede provocar adicción en unos dos meses”, nos indica F.M., farmacéutico en un pueblo del sur de la provincia de Madrid. “Cuando lo dejas hay que hacerlo de manera progresiva, aunque eso mucha gente no lo sabe”.

Pero no era lo único. “Es bastante habitual que se tomen fármacos que son para combatir el trastorno de déficit de atención, se tenga o no ese trastorno“, dice Antonio. Se trata –preguntamos- de los únicos medicamentos adquiribles en farmacias que a día de hoy contienen anfetamina como el Rubifén (que tienen como principio activo el metilfenidato). “Pues estamos de vuelta a mi época”, comentará después Lisa, la madre de Antonio, ya jubilada y no carente de humor: “yo me hinché de anfetas en la carrera, era muy habitual”.

Pero hay más: “tampoco es raro que se consuman algunos fármacos que son para paliar efectos del alzhéimer. A mi me recetó mi psiquiatra –sí, yo también tenía uno- una cosa que se llamaba Ciclofalina, pero al final pasé después de un par de veces, no me gustó la sensación. De todas maneras, yo ya conocía ese medicamento. De mis épocas en la ‘uni’, hace ya años. No lo había probado, pero corría por allí”.

La Ciclofalina –dice el prospecto– es “es una sustancia nootrópica, sin efectos sedantes o psicoestimulantes, indicada para el tratamiento de trastornos de la atención y de la memoria, dificultades en la actividad cotidiana y de adaptación al entorno, que acompañan a los estados de deterioro mental debido a una enfermedad cerebral degenerativa relacionada con la edad”. También es uno de los elementos con los que se corta a veces la cocaína.

¿Hay alguna diferencia entre el drogota antisocial y el yonqui de farmacia? Sí la hay, de algún modo. Según Felipe, un comercial madrileño de 40 años al que el trabajo le va milagrosamente bien y que se fuma su “canuto” de las tardes religiosamente, “hay una hipocresía mortal con lo de las drogas. Además, hace mucho que sabemos que lo que te cura te mata si te pasas en la dosis, ¿no? El entorno y la intención separan lo ilegal de lo ilegal, y eso no debería ser así. Si te pones hasta arriba de droga de farmacia, es normal, el chaval es muy estudioso. Pero si te fumas un canuto de hierba y te echas unas risas con los colegas, ten cuidado, maldito drogadicto. Creo que es tan claro que no vale la pena explicarlo. El juez puesto de pastillas juzgará mi inocuo y natural colocón…”.

El Iceberg

Miguel del Nogal es psicólogo y ha trabajado con adictos a las drogas durante 10 años en un centro. Hablando de esas drogas más estigmatizadas –cocaína y heroína sobre todo- opina que “hace mucho que se superó el tópico de que el drogadicto es sólo el yonqui que se pincha y que vive en la calle, es cosa de los ochenta”, aunque reconoce que de cuando en cuando “aún viene alguien que se mete dos gramos de cocaína por la nariz al día y te dice ‘yo no soy uno de esos yonquis, ¿eh?’”.

Sin embargo, aunque el drogadicto clásico se haya convertido en una categoría integradora y aunque todo el mundo sepa ya que el consumo no es una cuestión de clases (aunque la calidad de la droga pueda serlo), reconoce que el consumo sin control de fármacos y sustancias potencialmente perjudiciales, el mapa del abuso farmacológico en España, es “como un iceberg”. Pocos parecen advertir la enorme masa del problema que yace en las aguas tranquilas de la sociedad, aunque, como él mismo dice, las mecánicas de una adicción son siempre las mismas: “Todas las drogas enganchan y los procesos de enganche son similares, pero el objetivo con el que se toman es distinto”. A veces ese objetivo marca como ven ese consumo los demás y como lo ve el propio consumidor. “En general”, comenta Del Nogal, “todo el mundo intenta integrar su consumo dentro de una normalidad, justificarlo, negar una adicción".

Afirma, en todo caso, que “hay una gran presencia y consumo de psicofármacos, es decir, de fármacos que alteran el funcionamiento mental y por tanto el comportamiento, antidepresivos, ansiolíticos, hipnóticos… A veces los médicos de atención primaria abren la mano demasiado; si se trata de una depresión o una esquizofrenia se lo pensarán más, pero… Hace falta un mayor seguimiento de estos fármacos. Están muy presentes y hay un mercado negro establecido. Se venden en los mismos poblados donde se compra heroína y cocaína. Vamos, te ofrecen a gritos los tranquilizantes. Provienen de los mismos tratamientos a los drogodependientes. Se los dan y ellos comercian con ellos. Los peligros del abuso de estas sustancias a largo plazo son previsibles: la tolerancia progresiva y el síndrome de abstinencia.

Fuente:elconfidencial.com

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